Editorial

EDITORIAL – Sobre Chespirito, los Íconos y el Acervo Mexicano

¿Qué es lo que convierte a una persona en más que *sólo* una persona? ¿Qué es lo que transforma a algunos de nosotros en íconos? Sin lugar a dudas, tiene mucho que ver el talento que alguien puede poseer: Michael Jordan, Steve McQueen, Paul McCartney y Michael Jackson son tan sólo unos ejemplos de esto. No obstante, hay algo más que hace que ciertos individuos trasciendan y eso es el mensaje que su obra, trabajo y arte trata de comunicar; la manera en la que este rompe las barreras de lo establecido. 

Roberto Mario Gómez y Bolaños, mejor conocido bajo su nombre artístico Chespirito, es una de estas personas. Sus personajes e historias no sólo le han dado el estatus de ícono sino que también le han dado a México una leyenda más que ejemplifica el enorme potencial creativo que yace en la nación. Ya sea con El Chavo del 8 o El Chapulín Colorado, Chespirito supo cómo cautivar a múltiples generaciones, tanto que incluso años después de su muerte en 2014 todavía hay personas alrededor del mundo de todas las edades que citan frases como “¡Síganme los buenos!” o “¡Se me chispoteó!” en su día a día. 

Es lamentable, entonces, cómo desde el pasado 31 de julio del 2020 todos los programas de la autoría de Chespirito salieron del aire como consecuencia de que la televisora mexicana Televisa perdiera los derechos de distribución de dichas obras. De acuerdo a personajes cercanos a tanto la televisora como a la familia Gómez, Televisa no ha podido (o querido) llegar a un acuerdo con los hijos del comediante quienes ahora encabezan Grupo Chespirito, institución dedicada a manejar la propiedad intelectual del epónimo autor. 

Este conflicto de intereses, impulsado por una extraña combinación entre codicia y nepotismo, ha resultado en ver a los mexicanos (y al mundo por consecuencia) privados de uno de sus más grandes patrimonios culturales. No es exageración decir que un episodio de El Chavo del 8 carga en el acervo mexicano un peso relativamente igual al que tiene la obra de Jaime Sabines o la invención de la Margarita, teniendo la capacidad de entretener desde al más joven hasta el más viejo miembro de una familia. Esta no es forma de tratar a un ícono, menos en la casa que lo vio crecer.

Lo que es más, el repentino freno a la propiedad intelectual de Chespirito ha impedido también los planes de que sus personajes trasciendan a otros medios. Aunque no es bajo ningún sentido un juego perfecto, El Chavo Kart fue un sólido intento de aprovechar la famosa imagen de El Chavo del 8 (en su encarnación animada) para solidificar una presencia en videojuegos en la misma vena que Nickelodeon hace con sus propios personajes originales. En un mundo ideal, donde los derechos de autor no son un tema sensible y peligroso, los personajes de Chespirito probablemente se pararían junto a otros grandes como Mickey Mouse, Bugs Bunny, Snoopy, Frank Debrin y Homero Simpson; siendo también íconos mexicanos bajo sus propios méritos.

Cabe señalar que incluso con todas las complejidades de una tumultuosa disputa legal rodeando a la obra,  el trabajo de Chespirito sigue siendo muy querido en todo el mundo hispanohablante y tenerlo fuera del aire no será suficiente como para borrar el efecto de sonido del Chipote Chillón de la memoria colectiva. El heredero de Chespirito, Roberto Gómez Fernández, declaró a través de Twitter su deseo de que pronto la obra de su padre vuelva al aire. Miembros del elenco original de El Chavo del 8, notablemente Florinda Meza, han expresado su disgusto con la situación, citando que es en muchos sentidos una falta de respeto a lo que Roberto Mario Gómez y Bolaños más quiso durante su carrera artística: su público. 

Para muchos mexicanos, parecía que el Chavo del 8, el Chapulín Colorado, y todos los demás personajes que adornaban el mundo construido por Chespirito nunca iban a irse, siendo casi una parte integral de la rutina mexicana de entretenimiento, pero lamentablemente por el momento están ausentes. Quizá es la oportunidad perfecta para aprender a no tomar las cosas por dadas, especialmente ahora, cuando cada día es más incierto que el anterior. 

¿Qué se puede hacer al respecto? Sólo esperar. No es como si el mundo no supiera lo querido que son los trabajo de Chespirito, sólo es cuestión de tiempo para que alguien más se de a la tarea de distribuir sus historias para que una nueva generación disfrute de los clásicos y quizá hasta expandir las que ya conocemos hacia nuevos horizontes. ¿Quién sabe? Puede que así finalmente el resto de América, Europa, Asia, África y Oceanía sepan algo que los mexicanos hemos sabido por décadas: Chespirito es un ícono, uno de los regales de México al mundo; si no han tenido oportunidad de notarlo es porque no nos tienen paciencia. 

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